EL PELIGRO DE LA SOBREPROTECCIÓN


Como el propio nombre indica, la sobreprotección es el exceso de protección por parte de los familiares hacia sus hijos. 
La sobreprotección se da más frecuentemente en padres primerizos y sobre todo en padres de personas (no hablamos de niños) con discapacidad. 
En el caso de los padres de personas con discapacidad, la sobreprotección tiene como finalidad darle al hijo lo que él mismo no puede proporcionarse y “protegerlo” del entorno, ya que muchas veces el ambiente es visto como una amenaza. Muchos padres de niños con estas características verán a su hijo como “pequeño” durante toda su vida sin tener en cuenta su edad cronológica o sus gustos personales. 
A veces, con el fin de adelantar la tarea, o por miedo a que se haga daño, se termina haciendo el trabajo que estaba realizando. Al sobreproteger a los hijos estamos limitando su exploración del mundo. Ante lo que los padres consideran “peligros”, éstos suelen expresar frases parecidas a: “No metas la mano ahí que te puedes hacer daño”, “no toques eso que te vas a manchar”, “ve con cuidado que te puedes caer.”. Estas conductas limitan al hijo, frenando su desarrollo. 
Evitar la sobreprotección es difícil, pero es bueno permitirle a la persona explorar el entorno, pero con supervisión. 
Lo adecuado, es proteger, sin ponerle ningún “sobre-” a la tarea, y esto se consigue cuando confías en las capacidades de la persona.  
Nadie queremos que le pase nada a la persona que cuidamos, pero es necesario dejarlo que aprenda, que vea que existe lo bueno y lo malo, porque si nunca le dejamos ver lo malo y cuáles son las consecuencias, nunca verán el lado malo de la acción.  


Recuerda cuando eras pequeña, las veces que te has caído por pasar por donde tus padres te decían que no lo hicieras, las veces que has discutido con una amiga o la vez que cruzaste sin mirar y el coche frenó bruscamente...si nuestros padres nos hubieran cogido cuando pasamos por ese terreno, hoy volveríamos a pasar de la misma manera, si cada vez que discutiéramos con una compañera se metiera nuestros padres, hoy por hoy no sabríamos mediar ante un conflicto y si cada vez que cruzara la calle, mis padres me dijeran cuándo hacerlo y cuando no, cogidos de la mano, quizá nunca prestaría la atención suficiente para sentir “ese miedo” y saber actuar ante tal situación. 
 El resguardo y la protección hacia un bebé o un niño pequeño es un acto intuitivo con el que los padres acompañan los períodos de mayor vulnerabilidad durante las primeras etapas de desarrollo. Pero a medida que los hijos crecen y comienzan a manifestar sus propias capacidades y potencialidades, los padres emprenden el proceso inverso: promover la autonomía y brindar todas las herramientas necesarias para que adquieran confianza en sí mismos y sepan valerse de manera independiente. 
Existen ocasiones en donde, ya sea por razones emocionales y psicológicas o por algún suceso experimentado, los padres se estancan en un período y comienzan a transformar la protección en sobreprotección, privando a sus hijos de aquellas experiencias fundamentales para su correcto desarrollo e incluso resolviendo por ellos tareas que ya son capaces de hacer por sí mismos. 
Esta presencia constante, termina desencadenando un retraso en la maduración del niño, aplazando un importante aprendizaje y favoreciendo la pérdida de la curiosidad y la motivación necesarias para explorar el mundo, ya que la familia estará siempre adelantándose a sus deseos y necesidades.  
En el caso de las personas con discapacidad, por miedo a su salud o a que se lastimen, también se termina desarrollando esa sobreprotección en mucho de los casos. 
Recuerda, que el ser humano aprende por curiosidad e imitación y si limitamos a la persona a que no cometa ciertos fallos, no le dejamos sentir ese miedo y nunca verá la importancia de los actos.